Por: Luis Carlos Carrasco Martel
Recordamos esas palabras “Chango viejo, no aprende maromas nueva”. Palabras lapidarias que buscaron en su momento ridiculizar o desacreditar a un adversario político como lo fue “Teto” Murguía Lardizabal. Cómo esas palabras en poco tiempo se vuelven en contra, como premonición de una catástrofe electoral.
Cuando los niveles de lealtad hacia determinado personaje, no fueron lo suficiente para continuar victorioso con su proyecto político. Cuando el ego ensoberbecido no le permitió entender que el estado de cosas que pretendía establecer evidentemente debía cambiar. Cuando en el ambiente enrarecido permea la sombra de la deshonestidad y la avaricia. Todo esto necesariamente te conduce al fracaso político.
Armando Cabada Alvídrez, es por hoy el más claro ejemplo de lo que un político, al menos si dice serlo, debió reservarse. En el año 2016 Armando, concedió una entrevista al periodista Erick Ramírez del portal Milenio, que si bien contextualizarla a tiempos actuales se convertirían en respuestas huecas y sin el más mínimo sentido; entre otras cosas decía: “Soy un pecador estándar como cualquiera” (tal vez antes de ser alcalde), “Pero no he cometido jamás un delito grave” (acaso impunidad y corrupción no lo son), “Jamás he lastimado a nadie” (Preguntarle a Héctor González de Televisa y que sea la historia quién lo juzgue), “Jamás le he robado a nadie y no hay una denuncia en mi contra” ( Hay que preguntarle al síndico).
Otras palabras dichas por él a su adversario priista Héctor Murguía en el año 2016, en la misma entrevista y que ahora se le pueden aplicar a la perfección: “hay Cabada, ¿Por qué íbamos a creerte?, si siempre nos mentiste, ¿Por qué tendría que ser diferente hoy? Además como si no fuera suficiente hizo alusión a un dicho: “Chango viejo, no aprende maroma nueva”, refiriéndose de nueva cuenta a su contrincante de ese tiempo, cuando dicho refrán puede adecuarse a circunstancias actuales como: “Chango nuevo, no aprende maroma vieja”, encaja a la perfección en estos momentos desagradables por los que atraviesa Armando Cabada Alvídrez.
Razones de la derrota, habrá suficientes como las desee uno encontrar. Una campaña frívola, falta de estrategia y de análisis, una clase política que abusó de su independencia, exceso de confianza, un poder sin contrapeso moral, parte de una indignación colectiva, un gobierno municipal de privilegios particulares, pero naturalmente, como instancia primera la decepción de miles de ciudadanos que unificaron criterios en su contra.
Hace un año y nueve meses, Armando Cabada ganaba holgadamente, más de 100 mil votos de diferencia. Hoy pelea voto por voto como gato boca arriba. Si pierde, ojalá y sea de los que piense que se perdió completamente la guerra y no una batalla, por el bien de los juarenses. Armando Cabada, como político, es un buen conductor de noticias indiscutiblemente.
Nunca tuvo un carisma que le permitiera conducirse abiertamente como el líder de masas. Se le estigmatizó como tal dadas las circunstancias que en ese momento dominaban las causas independientes. Poco duró esa imagen ficticia creada mediáticamente y de un solo golpe se derrumbara la continuidad de un gobierno que ni pudo saborear el poder.
El proyecto político carecía de los más elementales códigos de honestidad para su supervivencia. Un gobierno independiente que jamás se preocupó por rendirle cuentas a la transparencia, mucho menos a la historia.
TIMING POLÍTICO.

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