MARTES 18 NOVIEMBRE 2025
La marcha del 15 de noviembre en el Zócalo mostró una juventud apartidista manipulada por partidos y medios. Sin liderazgo ni objetivos claros, la protesta derivó en violencia y confusión, evidenciando la fragilidad democrática y la falta de educación política.
POR JACK RO
El eje central de la movilización del sábado 15 de noviembre en el Zócalo Capitalino, propuesta para la concentración de las fuerzas opositoras al gobierno de Claudia Sheinbaum fue la denominada Generación Z, una fracción de la juventud apartidista pero no apolítica.
Como señala Aristóteles, el ser humano es político por naturaleza; en este sentido, la ideología juvenil se caracteriza por la falta de convicción hacia los partidos políticos, aunque como ciudadanos su postura se fundamenta en el Derecho consagrado en la Constitución Mexicana, que los reconoce como civiles dentro del Estado de Derecho y les otorga las garantías individuales correspondientes.
La marcha del 15 de noviembre puede interpretarse como un fenómeno de movilización social que, lejos de ser un ejercicio pleno de la ciudadanía, se configuró como un movimiento politiquero: es decir, una acción marcada más por la manipulación de intereses externos que por la conciencia política de sus participantes.
La politiquería vs. política auténtica: la primera se reduce a la instrumentalización de las masas para fines partidistas o de Poder, mientras que la segunda busca la construcción de un proyecto colectivo. La manipulación de intereses: los actores convocantes aprovecharon la falta de formación política de muchos asistentes para dirigir la protesta hacia objetivos ajenos al bien común. La ignorancia política: no como insulto, sino como carencia de educación cívica que impide distinguir entre participación democrática genuina y movilización condicionada.
Desde la perspectiva política, el evento refleja la tensión entre autonomía y heteronomía en la acción ciudadana. Aristóteles afirmaba que el ser humano es político por naturaleza; sin embargo, esa politicidad requiere formación ética y racional. Una sociedad que participa sin conocimiento se convierte en objeto de manipulación.
Rousseau advertía que la voluntad general puede ser distorsionada por facciones e intereses particulares, transformando la democracia en simulacro. Habermas subrayaría que la acción política auténtica requiere un espacio deliberativo informado; cuando la comunicación pública se sustituye por consignas vacías, la democracia se degrada.
La marcha evidencia una carencia estructural: la falta de educación cívica y política que permita a los ciudadanos comprender los procesos de poder y resistir la manipulación. Una sociedad politizada sin formación crítica se convierte en terreno fértil para la demagogia. La democracia requiere ciudadanos informados, capaces de distinguir entre intereses colectivos y estrategias de poder disfrazadas de participación popular.
Los sucesos del 15 de noviembre en el Zócalo muestran cómo una movilización puede ser al mismo tiempo un acto político y un síntoma de debilidad democrática. La sociedad que se moviliza sin conocimiento político corre el riesgo de ser manipulada y de reproducir la politiquería en lugar de la política auténtica. Este episodio nos recuerda que la libertad política solo es posible cuando se acompaña de educación, deliberación y conciencia crítica.
El perfil de los “políticamente conscientes” Estas personas no son ignorantes ni manipuladas en el sentido clásico, sino individuos con cierto grado de formación política que, paradójicamente, utilizan su conocimiento para distorsionar el núcleo del conflicto. Conciencia instrumentalizada: su saber político no se orienta hacia la búsqueda del bien común, sino hacia la defensa de intereses particulares. Retórica de legitimidad: se presentan como voces críticas y conscientes, pero en realidad desplazan la discusión hacia narrativas que convienen a facciones o grupos de poder.
El problema real —la falta de educación política, la manipulación mediática y la ausencia de un diálogo democrático genuino— queda oculto cuando estos actores politizados introducen discursos que aparentan profundidad pero que en realidad fragmentan la deliberación pública. Esto se traduce en una inversión de valores: la conciencia, que debería ser emancipadora, se convierte en herramienta de dominación. Políticamente, generan antagonismos artificiales que desvían la atención de las causas estructurales (corrupción, desigualdad, falta de participación ciudadana informada).
Las intenciones en el trasfondo de su presencia era capitalizar la protesta: buscan convertir la movilización en plataforma para sus propios proyectos políticos o ideológicos. El control narrativo: intentan moldear la interpretación de los hechos, imponiendo un relato que legitime su posición y deslegitime la de otros. La fragmentación social al introducir discursos polarizantes, refuerzan la división entre ciudadanos, debilitando la posibilidad de construir consensos democráticos.
La participación de los jóvenes en la marcha mostró una contradicción. Muchos fueron víctimas de la violencia y, al mismo tiempo, sintieron que tenían que defenderse. En ese proceso, terminaron siendo inocentes de lo ocurrido, porque su intención inicial no era pelear, sino expresar un malestar social.
Su participación fue más emocional que planeada: no tenían una estrategia política clara, lo que los hizo vulnerables a la manipulación de otros actores.
Al defenderse de la agresión, asumieron una responsabilidad que se convirtió en una carga moral, más que en una decisión política consciente.
La presencia de personas mayores añade otra dimensión: muchos de ellos protestaban sin plena conciencia del trasfondo político. Angustia generacional: los gritos de los jóvenes se mezclaron con la confusión de los ancianos, creando un escenario de tensión emocional más que de diálogo racional. Carencia de claridad política: su participación fue más simbólica que estratégica, reflejando la fragilidad de una sociedad que se moviliza sin un horizonte definido.
El rasgo más preocupante de la protesta fue la violencia y la carencia de diálogo político. La violencia anuló la posibilidad de construir un espacio deliberativo. La falta de educación política impidió que los participantes transformaran su angustia en propuestas. El resultado fue una movilización marcada por la emotividad y la manipulación, más que por la racionalidad democrática.
Desde la visión política, este episodio muestra cómo la acción colectiva sin conciencia crítica puede derivar en caos. La marcha evidenció una sociedad fragmentada: jóvenes que asumieron un deber sin plena conciencia, ancianos confundidos en su protesta, y un ambiente de violencia que anuló el diálogo político. El trasfondo revela la necesidad urgente de educación cívica y formación crítica, para que la participación ciudadana no se reduzca a la manipulación o la angustia, sino que se convierta en un verdadero ejercicio democrático.
La protesta careció de un objetivo claro y consciente. Muchos ciudadanos presentes no sabían con precisión la razón de su asistencia, lo que revela una ausencia de educación política y una movilización más emocional que racional. El ciudadano se convirtió en víctima de la narrativa, más que en actor deliberativo. La protesta se transformó en un espacio de angustia colectiva, sin articulación de demandas concretas.
La presencia de partidos tradicionales como el PRI y el PAN (PRIAN), junto con el papel de medios como TV Azteca, fue determinante. Partidos políticos: utilizaron la protesta como plataforma para capitalizar el descontento social, sin ofrecer soluciones estructurales. Medios de comunicación: amplificaron la movilización con fines de espectáculo, moldeando la percepción ciudadana y desviando la atención de los problemas reales.
El objetivo de la marcha no fue manifestar los reproches legítimos —el asesinato de Manzo, el mal gobierno, los problemas del campo, la falta de medicinas, la violencia, los secuestros y las extorsiones—, sino victimizar al ciudadano y convertirlo en instrumento de intereses ajenos. Los reclamos sociales quedaron invisibilizados por la manipulación política. La protesta se convirtió en un escenario donde la ciudadanía fue usada como masa, sin conciencia de los motivos reales.
Los sucesos del sábado en el Zócalo reflejan una movilización marcada por la ignorancia y la manipulación. El ciudadano fue victimizado, los problemas estructurales quedaron relegados, y los partidos y medios capitalizaron la protesta para sus propios fines. La lección es clara: sin educación política y sin un periodismo crítico, la democracia se convierte en un simulacro donde la sociedad protesta sin saber por qué ni para qué.
Valores políticos y éticos de la intervención. La juventud sin causa, inmadura e irresponsable. La juventud representa energía y capacidad de movilización, pero cuando carece de una causa clara y formación crítica, su participación se convierte en un acto vacío, susceptible de manipulación. La irresponsabilidad política de algunos jóvenes refleja una carencia de educación cívica. Éticamente, participar sin comprender el trasfondo de la protesta implica una falta de compromiso con el bien común.
Los antipatriotas, son quienes actúan contra los intereses nacionales, ya sea por convicción ideológica o por beneficio personal, debilitan la cohesión social y la soberanía política. El antipatriotismo, entendido como desprecio por la comunidad política, plantea un dilema moral: ¿es legítimo oponerse al Estado cuando se percibe injusto, o se convierte en traición cuando se hace en beneficio de intereses externos?.
Los acarreados son símbolo de la manipulación partidista. Su presencia refleja cómo los partidos convierten la participación ciudadana en un recurso instrumental, anulando la autonomía del individuo. Al aceptar ser acarreado sin conciencia crítica implica renunciar a la responsabilidad ciudadana es una forma de complicidad pasiva con la corrupción política.
El desorden producido no puede analizarse sin considerar la influencia de actores externos. Políticamente, el injerencismo internacional busca moldear la opinión pública y las movilizaciones sociales para favorecer intereses geopolíticos. Esto debilita la soberanía nacional y convierte las protestas en escenarios de disputa global.
El injerencismo plantea la tensión entre autonomía y dependencia: ¿puede una sociedad construir su democracia si sus movimientos son intervenidos por fuerzas externas. La intervención extranjera en asuntos internos vulnera el principio de autodeterminación de los pueblos, reconocido como un valor universal en la filosofía política y en el derecho internacional.
Las imágenes del suceso sobrepasaron la capacidad de los medios y comentaristas para construir un relato coherente. Esto revela una crisis de representación: cuando la realidad visual es tan contundente que desborda los marcos discursivos tradicionales, la prensa y los analistas quedan reducidos a interpretaciones superficiales. Valor político: la imagen se convierte en testimonio directo, difícil de manipular, y expone la fragilidad de los discursos mediáticos.
El suceso mostró un vacío de conducción. No hubo liderazgo capaz de canalizar el descontento hacia un diálogo democrático. Políticamente, esto refleja la debilidad de las oposiciones, que recurren más a la agitación que a la propuesta. Éticamente, la falta de liderazgo responsable convierte la protesta en un espacio de manipulación, donde los ciudadanos quedan expuestos a la violencia y la confusión.
Los reclamos expresados carecieron de profundidad y de conexión con las causas estructurales. Esto muestra la diferencia entre crítica auténtica y mera retórica agitadora. La primera busca comprender y transformar; la segunda se limita a repetir consignas vacías. Los reproches sin trasfondo son funcionales a la extrema derecha, que utiliza el eco agitador para desestabilizar sin ofrecer alternativas.
La protesta se convirtió en un espacio donde la extrema derecha amplificó su narrativa. Esto no es casual: la estrategia de la derecha radical es erosionar la legitimidad del gobierno mediante la agitación simbólica. Se trata de un uso perverso del discurso público: transformar la indignación ciudadana en instrumento de polarización.
Paradójicamente, el efecto de estos sucesos puede ser el contrario al buscado por los agitadores. La ausencia de liderazgo opositor y la superficialidad de los argumentos refuerzan la percepción de que el gobierno enfrenta ataques más propagandísticos que sustantivos. Esto abre la posibilidad de que, en el mediano plazo, la sociedad valore la necesidad de estabilidad frente al caos discursivo.
El suceso evidencia una movilización marcada por imágenes que desbordan la narrativa mediática, una ausencia de liderazgo político y un eco agitador de la extrema derecha. Los argumentos superficiales y los reproches sin trasfondo no logran articular una crítica seria, lo que paradójicamente puede contribuir a estabilizar el gobierno de Claudia Sheinbaum. La lección es clara: sin liderazgo responsable y sin profundidad en el análisis, la protesta se convierte en espectáculo vacío más que en ejercicio democrático.
Los hechos del 15 de noviembre en el Zócalo capitalino reflejan una movilización marcada por tres elementos centrales: ignorancia política, manipulación partidista y ausencia de liderazgo democrático. La protesta, más que un ejercicio ciudadano consciente, se convirtió en un espacio de confusión donde jóvenes sin causa clara, ancianos desorientados y acarreados manipulados por partidos tradicionales fueron utilizados como masa crítica para fines ajenos al bien común.
Las imágenes del evento sobrepasaron la narrativa mediática, mostrando violencia, angustia y falta de diálogo político. Los reclamos legítimos —como la violencia, la corrupción, la falta de medicinas o los problemas del campo— quedaron invisibilizados por discursos superficiales y consignas agitadoras, principalmente amplificadas por sectores de la extrema derecha y medios de comunicación con intereses propios.
El injerencismo internacional y la influencia de partidos como el PRIAN, junto con cadenas televisivas, reforzaron la manipulación, convirtiendo la protesta en un espectáculo más que en un acto democrático. En términos filosóficos, se observa cómo la voluntad popular fue distorsionada, transformando la energía ciudadana en un simulacro de participación política.
El suceso evidencia la fragilidad de la cultura política en México: una sociedad politizada pero poco educada cívicamente, vulnerable a la manipulación de partidos y medios. La ausencia de liderazgo responsable y de un diálogo democrático genuino convirtió la protesta en un espacio de violencia y confusión, más que en una plataforma de transformación social.
La lección es clara: sin educación política, sin ética ciudadana y sin medios democráticos, las movilizaciones corren el riesgo de ser instrumentalizadas por intereses ajenos, debilitando la democracia en lugar de fortalecerla. El reto para el futuro es construir una ciudadanía crítica, capaz de transformar la indignación en propuestas y de resistir tanto la manipulación interna como el injerencismo externo.
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