
DOMINGO 20 JULIO 2025
Tierra húmeda donde germina la palabra, Agua que nutre el aliento del lenguaje, Oxígeno que depura la voz del espíritu, Fuego donde mi imaginación se transmuta, emanando desde los átomos que arden en las estrellas.
Autor Jack Ro.
POR JACK RO
CD. JUAREZ, CHIH.- En el núcleo de la expresión poética se encuentran símbolos que exceden la función ornamental del lenguaje donde no solo embellecen el pensamiento humano, sino que transfiguran la estructura del discurso y revelan profundidades inaccesibles por medios racionales. A diferencia de la imagen decorativa, el símbolo poético se configura como una entidad activa: convoca significados, invoca memorias colectivas e interroga lo indecible.
Esta premisa sustenta nuestra exploración de la simbología en el campo lírico, entendida como un dispositivo estético y epistémico capaz de abrir grietas en la razón y desplegar territorios invisibles en la experiencia humana.
El referente estético de la etimología del lenguaje en la historia es subjetivo, su lectura cambia según el imaginario del lector y los valores culturales del momento. los elementos narrativos del poema, como el “fuego” puede ser leído como pasión en una época romántica, como destrucción en tiempos de guerra, o como transformación alquímica en un contexto espiritual o psicoanalítico.
El “espejo” puede evocar narcisismo, reflexión, desdoblamiento de la identidad, o incluso crítica social, dependiendo del entorno interpretativo. Para un lector contemporáneo influido por el feminismo, el surrealismo o el pensamiento decolonial, un símbolo puede adquirir nuevas lecturas que antes no eran reconocibles. La riqueza del símbolo poético reside en que nunca agota sus significados, sino que los expande conforme la sensibilidad y el horizonte hermenéutico del lector evolucionan.
Octavio Paz, en El arco y la lira, Paz reflexiona sobre el símbolo como revelación poética: el poema es un “acto de conocimiento” que une contrarios y revela lo invisible. En El mono gramático, el símbolo se convierte en experiencia erótica, lingüística y metafísica. Paz ve el símbolo como puente entre el lenguaje y el misterio.
Arthur Rimbaud, en Una temporada en el infierno y Iluminaciones, Rimbaud utiliza el símbolo como vía de acceso a lo invisible, lo visionario y lo espiritual. Su célebre carta del “vidente” (1871) afirma que el poeta debe alcanzar la verdad mediante un “desarreglo de todos los sentidos”.
El símbolo en Rimbaud no es decorativo, sino alquímico: transforma el lenguaje en experiencia mística. Ejemplo: El barco ebrio como símbolo del alma errante y del deseo de trascendencia. Su pensamiento conecta poesía, religión y revolución como formas de revelación simbólica del ser humano.
Desde Platón hasta María Zambrano, el símbolo ha sido entendido como mediador entre lo sensible y lo inteligible. En el arte poético, nos enfrentamos a conceptos que no caben en definiciones sino que se resisten, se deslizan entre intuición y experiencia. El símbolo no busca demostrar, sino despertar conciencia. Como afirmaba Heidegger, el lenguaje poético no informa: acontece.
La tarea interpretativa comienza con la pregunta: ¿qué dice el poema cuando parece no decir nada? Gadamer y Ricoeur sostienen que comprender un símbolo no implica descifrarlo, sino abrirse a su polisemia. En ese sentido, cada lectura es una reescritura: el símbolo se resignifica según quien lo observa, el tiempo en que se observa, y las preguntas que se le hacen.
En el espejo interior del lenguaje poético no nace del vacío. Habita una constelación de mitos, arquetipos y tensiones literarias que lo sostienen. Desde la sombra lorquiana hasta el espejo de Borges, los poetas dialogan con imágenes que ya han vivido en otros cuerpos verbales. La literatura es el archivo donde los símbolos mutan, se contaminan, se intensifican.
Para Freud, el símbolo es condensación; para Jung, es el lenguaje del alma. Cuando aparece en la poesía, el símbolo no solo comunica —expulsa contenidos reprimidos, proyecta deseos, evoca arquetipos universales. En el espejo poético, el inconsciente juega, se disfraza, y al lector le toca interpretar ese teatro de sombras y memorias.
En la visión intuitiva del pensamiento poético este no obedece a la lógica formal. Se despliega como unidad significante que rompe la sintaxis común, alterando el ritmo, el tono, el cuerpo del lenguaje. Barthes diría que allí donde el símbolo emerge, el texto deja de ser mera estructura: se convierte en experiencia.
Porque nos recuerdan que el mundo no se reduce a lo que vemos, y que hay verdades que solo se alcanzan desde el misterio, lo onírico, lo incompleto. El símbolo es el lugar donde la poesía se encuentra con la filosofía, donde el lenguaje toca el alma, y donde el pensamiento deja de ser lineal para volverse voz múltiple, espejo fragmentado, pregunta abierta.
El elemento narrativo poético nunca es unívoco, este opera como una cifra abierta que conecta lo concreto con lo abstracto, lo íntimo con lo universal. Su significado se multiplica según el contexto del poema, y puede actuar como: Revelación del estado emocional del hablante lírico, enmascarando o ampliando su intimidad. Representación metafórica de una experiencia humana profunda, como el amor, la muerte, el deseo, la memoria o el exilio.
Puente entre el lenguaje y el silencio, diciendo lo que no puede explicarse racionalmente. Condensación de múltiples referencias culturales o mitológicas, que enriquecen el texto con intertextualidades. Elemento estructural que da cohesión temática y estética, convirtiéndose en eje simbólico del poema (por ejemplo, el espejo como símbolo de identidad en poemas íntimos). En esencia, el símbolo es el lugar donde la poesía respira múltiples verdades, a veces contradictorias, pero siempre reveladoras.
El significante connotativo en la filología de las raíces léxicas se propone, en este ensayo de Jack Ro, como un umbral conceptual que permite una travesía reflexiva entre la poesía, el inconsciente y el pensamiento crítico.
Desde una perspectiva interdisciplinaria, el texto plantea que el símbolo poético actúa como figura de tránsito entre dimensiones contrapuestas: lo visible y lo invisible, lo racional y lo intuitivo, lo histórico y lo subjetivo. Esta concepción articula la palabra no sólo como vehículo semántico, sino como núcleo simbólico capaz de intensificar la experiencia estética y revelar tensiones filosóficas y psicoanalíticas contenidas en el lenguaje.
El texto combina reflexión teórica con una poética meditativa donde abre con un poema que introduce los elementos naturales (tierra, agua, oxígeno, fuego) como símbolos generadores de palabra y pensamiento, trazando desde el inicio un mapa simbólico del espíritu creador.
El referente poético no se configura como mero ornamento estético, sino que se manifiesta como una potencia semiótica reveladora capaz de activar procesos interpretativos complejos. A partir del estudio de figuras simbólicas como el espejo o el fuego, el discurso evidencia la capacidad mutable del símbolo: su significación se transforma según las coordenadas culturales, históricas y subjetivas del lector. En este marco, el símbolo opera como un dispositivo crítico de resistencia frente a la literalidad dominante, así como un vector de diálogo entre la experiencia estética y la conciencia histórica.
Destaca el papel del símbolo como mediador entre lenguajes: lo poético y lo filosófico, lo emocional y lo metafísico. En este cruce se advierte una crítica al racionalismo lineal: el símbolo abre grietas, revela fisuras del sentido y da lugar a lo incompleto.
También se resalta su dimensión polifónica y transhistórica, los símbolos se contaminan de voces, se intensifican con los mitos, y transforman la subjetividad del lector y del poeta mismo. El texto defiende una postura hermenéutica abierta, que asume que cada símbolo es múltiple y nunca agotable.
La lectura se convierte en un acto de reescritura, y el sentido en una experiencia sensible. Se propone al símbolo como unidad semiótica vital, capaz de condensar saberes históricos, proyecciones inconscientes y tensiones culturales.
Este artículo configura al símbolo poético como un umbral epistemológico y estético, una frontera permeable entre el decir y el callar, entre el pensamiento y el deseo. El símbolo no es un objeto fijo sino una travesía —como dice el título— entre disciplinas, lenguajes y temporalidades.
En tiempos de sobreinformación y literalidad, esta reflexión propone recuperar lo indescifrable como espacio fértil del conocimiento, recordándonos que hay verdades que sólo la poesía, el inconsciente y el símbolo pueden rozar. Porque el símbolo, lejos de cerrar el sentido, lo abre como pregunta, como grieta, como luz que atraviesa la sombra.
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