octubre 16, 2025

Timing Político

La política tiene su propio Timing

Pedro Francisco: Retratar la frontera desde el cuerpo poético en una pintura como testimonio.

JUEVES 21 AGOSTO 2025

POR: JACK RO

CD. JUAREZ, CHIH.- La pintura de Pedro Francisco que retrata al poeta Jack Ro, presentada en el proyecto Migración e Identidad Fronteriza el próximo 5 de septiembre en el Centro Cultural Universitario de la UACJ, constituye mucho más que una representación física: es una declaración simbólica sobre la memoria, el tránsito y la resistencia cultural en la frontera norte de México.

Este fenómeno cultural de gran trascendencia se inscribe en un escenario histórico que estrecha el espacio del tránsito de los pueblos desde la prehistoria, ya conocido como El Paso del Río. Los pueblos Pueblo —como los Tano, Keres y Zuni— habitaban los valles del Río Grande y lo llamaban Posoge, que significa “Gran Río” en lengua Tewa. Para los pueblos del oasis del desierto, el cruce del Río Grande era parte de un sistema ancestral de movilidad, no una migración forzada ni una travesía ilegal. Era una forma de mantener viva su cultura, sus vínculos y su espiritualidad.

Jack Ro, figura clave en el Colectivo Arte Juárez, no solo ha sido testigo de las transformaciones sociales de Ciudad Juárez, sino también un agente activo en la construcción de una identidad fronteriza que se expresa desde la palabra, el gesto y el compromiso estético. Al pintar su retrato, Pedro Francisco convierte al cuerpo del poeta en archivo vivo, en territorio que condensa las tensiones entre pertenencia y desplazamiento, entre arraigo y movilidad.

La obra se inscribe en una tradición de arte testimonial que reconoce al sujeto migrante no como cifra estadística, sino como portador de historia, sensibilidad y pensamiento.

La inclusión del retrato escultórico del poeta Jack Ro, realizado por el escultor Pedro Francisco, es una decisión profundamente significativa. Jack Ro no solo representa una voz poética del norte de México; es también un gestor cultural, un testigo activo de la vida fronteriza y un constructor de identidad colectiva. Su figura encarna el cruce entre arte, palabra y territorio.

En este sentido, el retrato no busca definir la identidad fronteriza, sino visibilizarla: es una forma de resistencia frente a la invisibilización de las voces que habitan el borde de la inagotable creación de la idiosincrasia imaginaria del arte.

La migración de los pueblos originarios en la región del Río Grande —especialmente en el contexto de Oasisamérica— no se concebía como “migración” en el sentido moderno, sino como parte de un ciclo natural de movilidad territorial, intercambio cultural y adaptación ecológica.

Históricamente, para los pueblos del desierto —como los Mogollón, Anasazi, Hohokam, y más tarde los Pueblo, Apache y Navajo— el desplazamiento por el territorio era parte de su cosmovisión. No existían fronteras fijas, y el cruce del Río Grande era simplemente una extensión de sus rutas de comercio, caza, peregrinación o refugio climático.

El cruce del río no era visto como una barrera, sino como un nexo entre comunidades. Se intercambiaban productos como turquesa, cerámica, maíz, sal y textiles. El río era un corredor de vida, no un límite.

Muchos pueblos consideraban el río y sus alrededores como lugares sagrados. El movimiento a través de ellos tenía un componente espiritual, vinculado a ceremonias, mitos de origen y prácticas agrícolas. El concepto de “migrar” era más bien “transitar” o “reconectar” con el entorno.

Con la llegada de los españoles y, posteriormente, de los gobiernos nacionales, el cruce del Río Grande se convirtió en una frontera política. Pero para los pueblos indígenas, la frontera nunca fue una línea, sino un espacio de encuentro. Incluso hoy, muchos migrantes indígenas cruzan el río guiados por redes familiares y culturales que han existido por siglos.

Por ello, esta pieza dialoga profundamente con el espíritu del proyecto, que propone una mirada crítica y estética sobre la migración como experiencia existencial. En un contexto donde las fronteras se endurecen y los discursos se polarizan, el arte emerge como espacio de encuentro, de memoria compartida y de reconstrucción simbólica.

La pintura de Pedro Francisco es, entonces, un gesto de reconocimiento: al poeta, al migrante, al habitante de la frontera. Y también una invitación a mirar más allá de los límites físicos, hacia las formas en que el arte puede nombrar lo que la política calla y lo que la historia aún no ha terminado de escribir.

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