octubre 19, 2025

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Reflexión sobre la crisis del arte contemporáneo

SABADO 18 OCTUBRE 2025

POR JACK RO

El arte del siglo XXI vive entre el colapso y la reinvención. Su crisis no es su fin, sino su posibilidad de transformación. En medio del vacío, el arte puede recuperar su autoespíritu: volver a ser espacio, tener sentido, alma, belleza, pensamiento y resistencia. Pero para ello, necesita reconectar con la vida, con la filosofía, con lo humano.


El arte no ha muerto

Entonces, ¿Dónde está el arte? ¿Dónde está lo espiritual, su belleza, su fuego? Está en tu cultura, en ti, en la nobleza de tus sentimientos. ¿Dónde se encuentra el arte? En el laberinto de un abismo sin luz.

El espíritu del artista no debe corromperse, pues en él reside la autenticidad de la creación. Que su amor por el arte permanezca vivo, consciente de que jamás tendrá control sobre los sentimientos ajenos ni será plenamente comprendido. Su única guía es la fidelidad a su anhelo: ese impulso íntimo que lo lleva a capturar la gracia de la vida y traducirla en forma, color o palabra.

El espíritu del arte vive en su deseo, en el aire, en el fruto de la tierra, en el fuego de sus pasiones, en el abismo de su locura, en los colores del sol.

El arte es ese instante en que lo invisible se vuelve forma, en que lo íntimo se vuelve lenguaje, y lo humano se vuelve eterno.

Lo que se entiende sobre la crisis del arte contemporáneo del siglo XXI es que la fuente original del arte se ha agotado. Ante esta pérdida, se ha buscado una salida que se sostiene únicamente en ideas, es decir, en palabras vacías que no contienen significados imaginarios ni simbólicos.

Esta crisis ha generado una decadencia profunda, al punto de que se ha perdido el espíritu del arte. No por la necesidad de crear otro estilo otras formas imaginarias, sino por la comercialización que ha desplazado su sentido esencial.

El arte ha dejado de sensibilizar, de conmover, de ser bello. El artista, en muchos casos, ha dejado de ser creador para convertirse en comerciante. Y con ello, el arte ha perdido su autoestima, reflejo de la pérdida de identidad del propio artista.

El caso sobre la banana que se vendió en un museo como objeto de arte, el objetivo no era el arte, sino la deducción de impuestos. Es decir, el arte se instrumentaliza, se vacía de propósito espiritual y se convierte en transacción.

Los artistas han perdido su autoestima y no pueden esperar ser comprendidos por los demás. Por eso, lo que haces debe nacer del amor propio. Tu arte es el reflejo de tu corazón, de tu alma, de tus pasiones, de ese fuego que hierve en tus venas y te hace sentir que estás vivo. Solo entonces el valor del arte tendrá sentido en tu vida.

Quien ama no espera ser amado. Ama, porque el amor existe en sí mismo como una ética: una moral elevada que aspira a la plenitud del amor sin condiciones.

Para comprender el arte en su plenitud, debemos volver al yo, al misterio, al origen. El arte no necesita ser explicado ni vendido: necesita ser sentido, vivido y respetado como lenguaje del ser y del no ser. Solo así podrá recuperar su fuerza transformadora y su lugar en la conciencia humana

La crisis y vacío del arte en el siglo XXI

El arte actual atraviesa una crisis estética, ética y espiritual. En una sociedad marcada por el consumo, la velocidad y la saturación visual, el arte ha perdido muchas veces su capacidad de conmover, cuestionar y transformar. Como señala Ramón Almela, vivimos una época donde “la estética se subyuga al éxito económico” y el arte se convierte en fórmula institucional.

Las causas del vacío se deben fundamentalmente al Mercantilización porque el arte se convierte en producto, en mercancía para ferias, galerías y algoritmos. Esta pérdida de valores: Se diluyen los valores estéticos, morales y espirituales; el arte ya no busca belleza ni verdad, sino visibilidad.

Esta desconexión filosófica es por la falta de pensamiento crítico y filosófico debilita el sentido profundo del arte. La saturación visual: La imagen digital y la cultura de pantallas han banalizado la experiencia estética.

La autodestrucción del arte, contemporáneo muchas veces se destruye a sí mismo al renunciar a sus fundamentos. Como la negación de la forma: Se celebra lo informe, lo banal, lo efímero.
Existe una desconfianza en la belleza ya que la estética es vista como sospechosa, superficial o elitista. Una desarticulación del lenguaje simbólico que se pierde en la capacidad de construir significados profundos. Que conlleva a la ironía y el cinismo: El arte se vuelve parodia de sí mismo, sin compromiso ni trascendencia.

La autorreflexión y auto espíritu a pesar de su crisis, el arte también se piensa a sí mismo, como el arte conceptual que interroga sus propios límites, medios y sentidos. Los performance y el arte relacional que busca reconectarse con el cuerpo, el otro y con el contexto.

La filosofía existencialista el arte se convierte en espacio para explorar el vacío, la libertad y el absurdo. En la espiritualidad una alternativa que algunos artistas exploran lo místico, lo ritual, lo simbólico como resistencia al vacío.

En la “auto muerte del arte” no es literal, sino simbólica la desaparición del artista: El autor se diluye en colectivos, algoritmos o inteligencias artificiales. La desmaterialización de la obra.
El arte se vuelve idea, archivo, código. Produce una indiferenciación con la vida, el arte se confunde con lo cotidiano, lo publicitario, lo viral. Con la pérdida del aura. Como decía Walter Benjamín, la obra pierde su unicidad, su presencia irrepetible.

¿Ha muerto el arte o nuestra capacidad de imaginar?

Quizás el arte no ha muerto en sí. Lo que ha muerto —o agoniza— es nuestra capacidad de imaginar, de ser libres, de crear sin miedo al juicio ni al mercado. Antes de declarar la muerte del arte, debemos cuestionar su función esencial: ¿Es el arte un estilo de creatividad? ¿Una cultura del pensamiento ornamental y estético? ¿O es un lenguaje del ser y del no ser, una forma de existir en lo invisible, de nombrar lo innombrable, de resistir al olvido?

El arte, en su raíz más profunda, no es decoración ni entretenimiento. Es un acto de conciencia, un gesto de libertad, un espíritu que interroga. En el individuo, el arte revela lo oculto, lo reprimido, lo deseado. En la sociedad, el arte denuncia, transforma, recuerda, incomoda.
Cuando el arte se reduce a fórmula, a objeto de consumo, a imagen sin alma, no es el arte lo que muere, sino nuestra mirada, nuestro pensamiento, nuestra voluntad de imaginar otro mundo.

La percepción del arte desde el yo

El arte comienza en la conciencia del individuo, en la forma en que el yo se relaciona con el mundo, con sus emociones, sus memorias y sus deseos. La narrativa artística no es solo una técnica ni una estética: es una manifestación del ser, una forma de pensar y sentir lo invisible.

El arte, en su raíz, es una extensión del yo que busca expresarse más allá del lenguaje racional. El arte es mirada interior: lo que el sujeto ve, transforma y proyecta. Es también un acto de revelación del yo que se descubre a sí mismo en el proceso creativo. La obra es un espejo, pero también una pregunta: ¿quién soy cuando creo?, ¿qué parte de mí se oculta en el trazo, el color, el ritmo?

La crisis de lo inexplicable

La decadencia del arte no radica en su desaparición, sino en la pérdida de sentido. En una época dominada por la velocidad, la imagen vacía y la comercialización, el arte se ve obligado a explicarse, a justificarse, a volverse útil o rentable. Pero el arte verdadero no siempre es explicable: su fuerza reside en el misterio, en lo simbólico, en lo que escapa a la lógica. La crisis del arte es la crisis de la imaginación.

Es la incapacidad de aceptar que hay belleza en lo incompleto, en lo ambiguo, en lo que no se puede traducir en palabras. El arte se vuelve débil cuando se convierte en producto, cuando se le exige función, cuando se le niega su naturaleza poética.

El origen espiritual del arte

Antes de ser mercado, el arte fue ritual, contemplación, ofrenda. Su origen está en la necesidad humana de conectar con la belleza, con la sensualidad de la naturaleza, con lo sagrado y lo invisible. El arte no nació para decorar, sino para revelar. Es instrumento de belleza, no de consumo. Es expresión del espíritu, no del capital. Es sensualidad que une cuerpo y alma, forma y emoción, naturaleza y símbolo.

Para comprender el arte en su plenitud, debemos volver al yo, al misterio, al origen. El arte no necesita ser explicado ni vendido: necesita ser sentido, vivido y respetado como lenguaje del ser y del no ser. Solo así podrá recuperar su fuerza transformadora y su lugar en la conciencia humana.

El arte no ha muerto

Entonces, ¿dónde está el arte? ¿Dónde está lo espiritual, su belleza, su fuego? Está en tu cultura, en ti, en la nobleza de tus sentimientos. Volver al origen y reiniciar la imaginación que se reinventa a sí misma en el vuelo de la pluma entre las estrellas….

No permitas que tu espíritu creativo se corrompa. Cultiva tu amor por el arte con autenticidad, sin esperar que llegue a ti por azar: ve en su búsqueda, invócalo con la fuerza de tu deseo, como quien eleva plegarias al unísono en busca de lo trascendente.

El arte, si es verdadero, regresará a ti como un eco, como un bumerán que atraviesa el vacío y encuentra tu alma. Recuerda que jamás tendrás control sobre los sentimientos de los demás, ni serás plenamente comprendido. Por ello, tu única guía debe ser la fidelidad a tu impulso interior, a esa llama que te mueve a crear.

El espíritu del arte vive en tu deseo, en el aire, en el fruto de la tierra, en el fuego de tus pasiones, en el abismo de tu locura, en los colores del sol.

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