VIERNES 31 OCTUBRE 2025
POR JACK RO
Como afirmaba Horacio, “el arte es largo y el tiempo es corto”; desde una mirada semiótica, la crisis actual no es decadencia, sino un lapso simbólico donde el artista resignifica lenguajes y reconfigura su lugar cultural.
CD. JUAREZ, CHIH.-El Museo de Arte de Ciudad Juárez, con la Secretaría de Cultura del Gobierno de México y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), a través del Museo de Arte de Ciudad Juárez (MACJ), con el apoyo de la Secretaría de Cultura del Estado de Chihuahua, el Patronato de Arte Contemporáneo (PAC), Construtodo y El Fondo Transborder, presentan una propuesta expositiva de artistas fronterizos y regionales.
En una exhibición denominada: ¨Derivas Afines¨, que es un Ensayo Expositivo Colectivo del Estado de Chihuahua¨ un proyecto curatorial creado en el marco de Nodos: Ciudad Juárez | Sombra de lluvia (o de cómo fluir en el desierto), del arte contemporáneo, que se encuentra inmerso en una crisis que no debe entenderse como decadencia, sino como transformación.
Esta crisis revela una multiplicidad de tensiones: entre lo institucional y lo emergente, entre lo tradicional y lo experimental, entre lo estético y lo político.
En este contexto, el arte se manifiesta como una expresión plural y democrática, capaz de integrar diversos perfiles sociales, culturales y generacionales. Este texto propone una lectura del arte actual, entendiendo su crisis como una oportunidad para resignificar sus lenguajes, sus espacios y sus actores.
Resignificar implica darle un nuevo sentido a algo ya existente; en el ámbito artístico, sugiere que los jóvenes no solo crean obras, sino que reinterpretan símbolos, lenguajes y prácticas desde su propia experiencia, contexto y visión del mundo.
Un concepto ampliamente utilizado en los estudios culturales y la crítica contemporánea para describir cómo se transforman los significados heredados.
Uno de los fenómenos más notorios en la decadencia del arte contemporáneo es la creciente carencia de imaginación, de propuesta estética y de profundidad conceptual.
El arte actual, en muchos casos, se ha visto reducido a una función meramente decorativa y comercial, lo que desvirtúa su propósito original como vehículo de pensamiento, sensibilidad y transformación.
Esta tendencia ha conducido a una desvalorización del legado clásico, neoclásico y posclásico, no solo en términos formales, sino también en cuanto a sus fundamentos filosóficos y simbólicos.
Desde la modernidad hasta la posmodernidad —entendida como la última gran fase antes del siglo XXI— el arte ha transitado por rupturas, cuestionamientos y reformulaciones. Sin embargo, en el presente, parece haber llegado a un punto de agotamiento imaginativo, donde la fuente creativa se diluye en fórmulas repetitivas, estéticas vacías y discursos fragmentados.
Este fenómeno no solo implica una crisis de estilo, sino una crisis de sentido. El arte, al perder su capacidad de interpelar, de conmover y de proponer, se convierte en objeto de consumo más que en experiencia de conciencia.
En este contexto, se vuelve urgente recuperar el impulso originario del arte como lenguaje del ser, como forma de pensamiento simbólico y como espacio de resistencia frente a la banalización cultural.
Estamos de acuerdo en que, como lo afirmaba el poeta Horacio —“el arte es largo y el tiempo es corto”—, la creación artística trasciende la temporalidad del sujeto que la produce. Esta afirmación, leída desde una perspectiva semiótica contemporánea, sugiere que el arte conserva su capacidad de significar más allá de la brevedad biográfica del artista.
En ese sentido, la crisis actual del arte no representa una decadencia definitiva, sino un lapso transitorio, una especie de sequía simbólica que recuerda los vacíos creativos de la Edad Media, mientras el artista busca nuevas formas de resignificar los lenguajes heredados y reconfigurar su lugar en el sistema cultural.
El lenguaje estético constituye una manifestación plural y democrática, capaz de integrar múltiples perfiles sociales y culturales.
Al disociar los intereses particulares de grupos e individuos, se abre la posibilidad de incluir nuevas voces, especialmente las de colectivos juveniles.
En este sentido, los museos se convierten en espacios de intercambio simbólico, ofreciendo una plataforma para la circulación de ideas y estilos en contextos donde tales dinámicas suelen estar ausentes.
Esta búsqueda estética y discursiva refleja la diversificación estructural de las crisis que atraviesa el arte contemporáneo. Tales crisis no solo son formales, sino también epistemológicas, sociales y simbólicas.
En ellas se manifiesta la necesidad urgente de generar espacios para la crítica, el análisis y la expresión de los jóvenes, quienes representan no solo una renovación generacional, sino también una reconfiguración semiótica del lenguaje artístico.
Desde una perspectiva desde la herencia de la historia de la cultura de la pintura, la crisis del arte no debe entenderse como una carencia, sino como una condición propiciadora de nuevas influencias, rupturas y propuestas.
El arte, en su devenir histórico, se transforma en un campo de tensión entre lo instituido y lo emergente, entre la tradición y la disidencia, entre el signo y su interpretación. En ese sentido, toda crisis es también una apertura: una posibilidad de resignificar lo estético desde lo social, lo simbólico y lo humano.
En el contexto actual, marcado por transformaciones culturales profundas, el arte contemporáneo se enfrenta a desafíos que no deben entenderse como obstáculos, sino como oportunidades de resignificación.
Desde esta perspectiva, surgen cuestionamientos fundamentales que orientan la reflexión crítica: ¿Cómo puede el arte contemporáneo responder a las tensiones sociales, simbólicas y epistemológicas que lo atraviesan? ¿De qué manera los espacios institucionales —como museos y centros culturales— pueden abrirse a nuevas voces, especialmente juveniles, sin perder su vocación crítica y reflexiva? ¿Qué papel juega la crisis como motor de innovación estética y discursiva?
A través de la filosofía del arte, Gadamer y Danto sostienen que el arte no es solo forma, sino una experiencia de sentido que revela el mundo y expresa la condición humana. En términos semióticos actuales, esta visión posiciona al arte como lenguaje del ser, capaz de generar significados profundos que trascienden lo inmediato y lo meramente estético.
En base a la ciencia de la interpretación de la hermenéutica cultural, Ricoeur y Vattimo proponen que el arte debe entenderse como un texto abierto, cuya interpretación depende del contexto histórico, social y simbólico en el que se inscribe.
La obra artística no transmite un único significado, sino que exige mediación y lectura situada, permitiendo múltiples sentidos. Así, el arte se convierte en símbolo dinámico que dialoga con sus públicos y transforma su significado en cada encuentro.
Desde la semiótica social, Barthes y Eco proponen que el arte funciona como un sistema de signos que produce significados en diálogo con sus públicos, medios e instituciones. La obra no existe en aislamiento, sino que se interpreta según el contexto cultural que la rodea. Así, el arte se convierte en una práctica comunicativa, donde cada elemento visual o simbólico participa en la construcción de sentido colectivo y dinámico.
El arte contemporáneo no responde a una única lógica ni a una sola estética. Es plural, fragmentario, híbrido. Esta pluralidad permite que diversos grupos sociales —especialmente los jóvenes— encuentren en el arte un espacio de expresión, crítica y pertenencia. Al disociar los intereses hegemónicos de ciertos grupos institucionales, se abre la posibilidad de incluir nuevas narrativas, nuevas sensibilidades, nuevas formas de ver y sentir.
Los museos, lejos de ser depósitos de objetos, deben convertirse en plataformas de diálogo. En contextos donde la circulación de ideas y estilos está limitada, el museo puede ofrecer un cambio: una apertura simbólica hacia lo diverso.
Esta apertura implica no solo exhibir obras, sino también generar procesos de análisis, crítica y reflexión colectiva. La inclusión de jóvenes artistas y colectivos emergentes no es solo una cuestión de representación, sino de transformación estructural.
La crisis del arte no debe entenderse como una pérdida, sino como una condición propiciadora de transformación. En términos pedagógicos, la crisis representa una apertura hacia el aprendizaje constructivo: es el momento en que lo instituido se tambalea y lo emergente encuentra espacio para manifestarse.
Desde una filosofía educativa, la crisis impulsa la reinterpretación de los signos y la búsqueda de nuevos sentidos. En clave semiótica, esta reconfiguración estética genera desplazamientos simbólicos: el signo se transforma, el código se rearticula y el mensaje se diversifica, dando lugar a nuevas formas de significación y diálogo cultural.
Los jóvenes no solo producen arte: lo resignifican. Sus prácticas estéticas —muchas veces alejadas de los cánones tradicionales— revelan nuevas formas de entender el cuerpo, el espacio, la identidad, la memoria. Darles espacio no es una concesión: es una necesidad epistemológica. La crítica y el análisis de sus trabajos permiten comprender las mutaciones culturales de nuestro tiempo.
El arte contemporáneo, en su crisis, revela su potencia transformadora. Al abrirse a la pluralidad, al permitir la inclusión de nuevas voces, al resignificar sus espacios y lenguajes, el arte se convierte en un campo de resistencia simbólica.
Desde una perspectiva filosófica, hermenéutica y semiótica, esta transformación no es superficial: es estructural. El arte ya no es solo objeto de contemplación, sino sujeto de diálogo. No es solo representación, sino mediación. No es solo estética, sino política.
En tiempos de incertidumbre, el arte nos recuerda que toda crisis es también una posibilidad: la posibilidad de imaginar, de crear, de transformar.
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