
LUNES 23 JUNIO 2025
POR REDACCION
En un mundo marcado por crisis sociales, ecológicas y emocionales, la juventud actual encuentra en lo oscuro, lo escatológico y lo simbólicamente fúnebre un lenguaje propio. Esta narrativa examina cómo el darkismo cultural —más que una moda— se convierte en una forma de expresión estética, identidad generacional y resistencia simbólica frente a la saturación y el desencanto del presente.
JACK RO
Cd. Juárez, Chih. – Este pasado viernes 20 de junio, en el Museo de Arqueología e Historia de El Chamizal (MAHCH), se presentó la exposición Dark “Memoria de un cadáver” del artista Iván Dojaquez Hidalgo, alias “Doja”. La muestra invita a descubrir el mundo oscuro y abismal de esta actual influencia del oscurantismo cultural en los dibujos, formas y expresiones de este joven artista.
Una estética del desencanto donde muchos jóvenes sienten que el mundo que heredan está en crisis: climática, social, económica y emocionalmente. Frente a ello, lo oscuro no se convierte en puro nihilismo, sino en una forma estética de procesar el malestar. Es como si el arte y la cultura dijeran: “Esto es lo que sentimos, aunque no sepamos cómo nombrarlo”.
Con un empoderamiento simbólico de lo tabú ellos exploran la muerte, lo escatológico o lo marginal puede ser una forma de recuperar poder en un mundo que censura las emociones fuertes o las verdades incómodas. En lugar de evitar esos temas, se los habita, se los resignifica, incluso mediante el humor negro o la ironía.
El cuerpo como escenario forma parte de la estética dark —piercings, tatuajes, ropa negra, maquillaje teatral— es también una forma de convertir el cuerpo en narrativa. Es una afirmación de identidad: un “yo existo, aunque no encaje”.
La influencias del arte y los medios, desde el auge de géneros como el horror cósmico, el cine gótico, el trap oscuro o la poesía decadente en redes, lo escatológico ha ganado espacio como forma legítima de expresión artística. Incluso memes y formatos digitales adoptan esta estética para reflexionar (o burlarse) del absurdo de la vida.
Un espejo de lo real vivimos en una época donde las catástrofes, pandemias y colapsos ya no son ficción. La juventud, hiperconectada y consciente, refleja ese caos con imágenes oscuras, no como rendición, sino como testimonio.
Más que una moda pasajera, el darkismo parece ser un lenguaje profundo con el que se narran emociones contemporáneas: ansiedad, frustración, pero también ironía y deseo de transformación.
El lenguaje oscuro de una generación: escatología, muerte y darkismo como cultura emergente en una era saturada de información, precariedad emocional y colapso simbólico de las certezas, la juventud ha encontrado en la estética de lo oscuro un espejo y, al mismo tiempo, una forma de resistencia. Ya no se trata solo de una moda gótica superficial, sino de una cultura emergente que transita entre la escatología, los símbolos de muerte y lo que podría llamarse “darkismo existencial”.
Un paisaje emocional cargado de sombras, frente a crisis como el cambio climático, la hipervigilancia digital, la ansiedad económica y los conflictos identitarios, muchos jóvenes adoptan una estética sombría para expresarse. El negro se impone como color dominante; la iconografía fúnebre, los cráneos, los ojos llorando sangre o los mensajes nihilistas inundan redes como TikTok o Instagram.
¿A qué responde esta regresión simbólica hacia lo oscuro? A la insuficiencia del lenguaje tradicional para articular los malestares contemporáneos. Expresiones como la risa sarcástica, el horror cómico o la estética de lo distorsionado funcionan como recursos semióticos capaces de transmitir aquello que el discurso racional no alcanza a expresar: una amalgama de frustración existencial, lucidez crítica y pulsión por la ruptura.
Lo escatológico —lo grotesco, lo corporal, lo abyecto— se convierte en estética para desacralizar el cuerpo, desarticular tabúes y reflexionar, desde el exceso, sobre los límites de lo aceptable. Es una forma radical de exhibir aquello que normalmente se oculta: la decadencia, el dolor, lo sucio, lo que muere y se descompone. Pero lejos de la repulsión, también hay una pulsión vital que exige ser vista.
El darkismo como identidad y refugio es más que una pose, el darkismo es un modo de habitar el mundo. Tatuajes, maquillaje extremo, literatura de horror, música cargada de distorsión emocional… Todo ello configura una identidad visual que a veces duele, pero que es profundamente auténtica.
No se glorifica la tristeza: se afirma estéticamente que lo sombrío también es parte de lo humano. En cierto modo, es una forma poética de resistir la superficialidad, el positivismo tóxico y el mandato de felicidad constante.
El darkismo cultural no está aislado: se entrelaza con géneros como el trap oscuro, el post-punk o el ambient noise. Influencers y artistas digitales convierten el malestar en performance. Las redes sociales se vuelven escenarios para expresiones visuales cargadas de ironía, dolor estilizado y narrativa autoconfesional.
Este fenómeno también dialoga con el arte contemporáneo: instalaciones que evocan cementerios, esculturas que imitan carne descompuesta, inteligencia artificial generando imágenes dantescas. Todo forma parte de un imaginario colectivo que no es solo decadente: es creativo, provocador y está lleno de símbolos que la cultura oficial evita nombrar.
La atracción de la juventud actual por la escatología y la simbología de la muerte no es un llamado al vacío, sino una declaración de presencia. Frente a un mundo incierto, el lenguaje oscuro permite decir: “Aquí estamos, con nuestras sombras al frente”.Tal vez mirar de frente a la muerte —en sus múltiples formas— sea también una manera de afirmar la vida.
El artículo plantea una lectura lúcida del darkismo como una expresión estética y simbólica profundamente enraizada en las condiciones socioemocionales de la juventud contemporánea. Lejos de reducirse a una moda contracultural o una derivación superficial del gótico tradicional, el texto muestra cómo esta estética se articula como respuesta sensible a una época marcada por el desencanto, la sobreinformación y el colapso de los marcos de sentido heredados.
Uno de los aportes más relevantes del análisis es su enfoque en lo escatológico como lenguaje y no como simple provocación. Al vincular lo grotesco, lo marginal y lo fúnebre con procesos de subjetivación y resistencia, se desplaza la mirada moralista para dar lugar a una lectura simbólica y culturalmente situada.
El cuerpo, las redes sociales, la música y el arte digital se convierten en plataformas para la afirmación de identidades que, lejos de eludir el dolor o el absurdo, los visibilizan y estetizan como estrategias de reapropiación simbólica.Asimismo, el texto acierta al integrar elementos estéticos con factores estructurales —como la precariedad emocional, la crisis climática o la vigilancia digital— demostrando que el darkismo no es un fenómeno aislado, sino parte de un entramado más amplio de reconfiguración cultural en la era post-pandemia, post-verdad y post-utopías.
El darkismo, tal como se analiza aquí, no es solo una estética sombría, sino un lenguaje generacional que da forma y sentido a experiencias de malestar, incertidumbre y lucidez crítica. Lejos de glorificar la muerte o caer en el nihilismo vacío, constituye una forma de resistencia simbólica que se expresa a través de lo grotesco, lo escatológico y lo abyecto.
Es, en definitiva, una respuesta sensible y creativa frente a un mundo que muchas veces niega la complejidad emocional de quienes lo habitan. Mirar de frente a la oscuridad, apropiársela y transformarla en arte no implica rendirse, sino narrarse desde el margen como afirmación estética, identidad política y acto poético de existencia.


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