MARTES 4 NOVIEMBRE 2025
Por más que el gobierno intente disfrazar la tragedia con palabras de condolencia, lo cierto es que a Carlos Manzo Rodríguez lo mataron dos veces: una, cuando el sistema le dio la espalda; y otra, cuando las balas del crimen organizado silenciaron su voz en plena ceremonia del Día de Muertos. El presidente municipal de Uruapan, conocido como el “Bukele mexicano”, cayó en soledad, como viven y mueren los que se atreven a desafiar tanto al crimen como al poder político.
Manzo no era un improvisado. Fue diputado federal de Morena, conoció las entrañas del monstruo y decidió salirse de él por decepción. Después ganó la alcaldía como independiente, con un discurso frontal, con un estilo sin filtros, y con un sombrero que se volvió símbolo de dignidad en una tierra donde muchos se arrodillan ante la violencia. Pero su error —si acaso puede llamarse así— fue creerse que podía enfrentar a los cárteles sin respaldo federal.
Desde el principio denunció amenazas, pidió ayuda y, como tantos otros, fue ignorado. La indiferencia institucional se disfrazó de burocracia, de esas frases gastadas que ya suenan a burla: “Ya se abrió una carpeta de investigación”, “no habrá impunidad”, “presenten su denuncia”. Y mientras tanto, el crimen avanza con más organización, más poder y más protección que cualquier ciudadano o autoridad local.
El llamado “Bukele mexicano” representaba algo que al régimen le incomoda: un político que actuaba, no que simulaba. “Cabrón que agarremos armado o agrediendo a la gente, lo vamos a abatir”, decía. Su lenguaje era directo, su mensaje simple: actuar con honestidad, no agarrar dinero del crimen, no sembrar miedo. Su política era la del ejemplo, y eso en México se paga caro.
Hoy, desde Palacio Nacional se repiten los rituales del cinismo: condolencias, carpetas, discursos huecos. El mismo guion, la misma puesta en escena. Pero el pueblo de Uruapan —y muchos más en el país— ya no se traga la narrativa. Porque saben que detrás de cada muerte hay un Estado ausente, un gobierno que mira hacia otro lado, y una estructura que protege al crimen mientras castiga al que se atreve a combatirlo.
Cuando la presidenta le dijo alguna vez a Manzo: “Ahí están los resultados”, quizá no imaginó lo profético de sus palabras. Los resultados están a la vista: un alcalde asesinado, un municipio enlutado y un país resignado.
El asesinato de Carlos Manzo no debió ocurrir. Tampoco el de los líderes limoneros, los naranjeros, la maestra, los periodistas o los defensores de derechos humanos. Pero mientras los grupos criminales sigan cobijados por el manto sangrado guinda, seguiremos llenando altares en noviembre y vaciando urnas en julio.
Porque aquí, en la patria del “no pasa nada”, los valientes mueren solos, y los cobardes siguen gobernando.
Andrea Chávez y la rebelión del guante guinda
Dicen que en política hay tiempos… pero también hay egos que no entienden de calendarios. Y si no, que alguien le explique a la senadora Andrea Chávez Treviño que en Morena todavía no deciden si la quieren para algo más que para aplaudir los discursos de su padrino político, Adán Augusto López, ese mismo que se quedó con las ganas de ser presidente, pero no con la maña de mover piezas desde el banquillo de los “consentidos caídos”.
Pues resulta que Andrea, ni tarda ni perezosa, anunció que pedirá licencia en diciembre para iniciar su precampaña rumbo a la gubernatura de Chihuahua. Así, sin esperar luz verde del cuartel central de la 4T ni pedir permiso a la jefa del movimiento, la mismísima Claudia Sheinbaum, que —cuentan los cercanos— terminó la semana con la ceja levantada y el gesto torcido. No es para menos: hay algo que irrita profundamente a los que están en el poder, y es que alguien se les adelante en el deseo de heredar su propio imperio.
En Morena dicen que hay disciplina, pero lo de Andrea parece más una versión fronteriza del “yo puedo sola”. Lo curioso es que la presidenta estatal del partido, Brighite Granados, ya le dio el “sí”… pero con condiciones. No para la gubernatura, sino para algo más modesto: la alcaldía de Ciudad Juárez, donde los guindas, seamos honestos, podrían postular a una piedra pintada de vino tinto y aun así ganar.
El problema es que Andrea ya se vio en el despacho de Palacio de Gobierno, mandando comunicados y recibiendo órdenes directas de su exmaestro Adán Augusto, con Sheinbaum mordiéndose los labios. Pero la realidad es más simple: los dados no están cargados a su favor y los “grandes” de la 4T tienen otros planes.
Mientras tanto, en Juárez, el ambiente ya huele a pólvora política. Se viene una guerra de grillas, traiciones y memes, porque la silla que dejará Cruz Pérez Cuéllar es la más codiciada de la frontera. Y si algo sabe Morena, es que donde hay pleito interno, hay espectáculo garantizado.
Así que Andrea, por lo visto, prepara su tour de campaña “Del Senado al Sombrero”, aunque más de uno en la cúpula morenista preferiría verla en el retiro espiritual de los “pacientes políticos en observación”. Y es que no cualquiera desafía a la línea presidencial sin pagar el costo… o sin recibir el clásico abrazo de serpiente.
Total, en el partido del “amor y la unidad”, siempre hay espacio para una rebelde más. Aunque, eso sí, con boleto sabrá a donde, pero no a Palacio.
Los chalecos guindas que llegaron hasta Hidalgo
Llama la atención —y no precisamente por casualidad— la presencia de Mayra Chávez, delegada del Bienestar en Chihuahua, en tierras hidalguenses, donde encabezó un contingente de 50 chihuahuenses que fueron enviados a apoyar las zonas afectadas por las recientes inundaciones. Nada mal para una misión humanitaria, aunque no faltan quienes dicen que, en tiempos de grilla preelectoral, hasta las botas de hule pueden tener color partidista.
De acuerdo con versiones dentro del propio Bienestar, las delegaciones de todo el país fueron “repartidas” por zonas para reforzar las tareas en los municipios más golpeados. A Chihuahua le tocó Metztitlán, un lugar que quedó prácticamente aislado, con caminos destruidos, cosechas perdidas y comunidades que lo perdieron todo bajo el agua. Allí fue donde la brigada de Chávez se puso a trabajar, y donde —dicen los testigos— los chalecos guindas brillaron tanto como los charcos de lodo.
No se trata de restar mérito al esfuerzo. La solidaridad siempre es bienvenida, sobre todo cuando se traduce en ayuda real para miles de familias. Pero en la política mexicana nada es gratis ni casual. Cada fotografía, cada recorrido y cada abrazo en medio del desastre termina convertido en capital político. Y en el caso de Mayra Chávez, no faltan los malpensados que ya la colocan en la lista de aspirantes a cargos mayores, bajo la bendición de los altos mandos de la 4T.
Eso sí, quienes la acompañaron aseguran que el trabajo fue genuino: se entregaron víveres, se organizaron brigadas de limpieza y se gestionaron apoyos agrícolas para los campesinos que lo perdieron todo. Pero también cuentan que hubo presencia visible de operadores de Ojinaga, esos mismos que, casualmente, aparecen en cada evento morenista con el chaleco reglamentario y la sonrisa de campaña anticipada.
Al final, la imagen que quedó fue la de una delegada activa, cercana, solidaria… y, claro, perfectamente alineada al discurso del “humanismo mexicano” que repiten desde Palacio Nacional. Porque en la 4T saben que ayudar también sirve para posicionar, y que no hay mejor escenario para construir simpatías que el de una tragedia nacional.
Así que, entre víveres y selfies, Mayra Chávez se apuntó otro movimiento estratégico. Y aunque muchos la vieron con botas, otros ya la imaginan probándose otros zapatos… de esos que se usan en campaña.
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